Hay que cruzar arroyos y patear un par de piedras para llegar al Mogote, el punto más alto en Los Gigantes. Después de una caminata de tres horas la recompensa es un hermoso silencio, tan profundo y duro como el granito de esas sierras. Paz.
En esos momentos es prudente dejar que viento sea el único que hable y mirar al cielo. Un cóndor. Mirar desde la cima hacia abajo. Picos, liebres, por ahí un zorro y un rebaño de ovejas. El verde de los pastizales de altura, el marrón de la corteza de los tabaquillos. Lejos, detrás de las sierras chicas, la ciudad de Córdoba. Paz.
Es tan intenso el paisaje y el silencio que los fragmentos de esos minutos vividos se disfrutan segundo a segundo. El tiempo se estira como una masa bien preparada, leudada al punto justo, y no dan ganas de bajar otra vez al bullicio sino fuera porque en la base esperan las mejores empanadas de Córdoba.
En el parador Casas Nuevas, doña Felipa es la artífice de la magia. Ella cumple 73 años el 22 de diciembre y es la que alimenta a muchos de los montañistas que bajan con ganas de comerse hasta los codos después de un finde de escalada o de caminatas.
Cada bocado de las empanadas saladas que prepara tiene ese sabor a cumbre, fresco, y la delicadeza del sabor del relleno también distorsiona la percepción del tiempo. Hay que comerlas lento, saborearlas mirando como el sol se esconde detrás de las sierras.
La masa de las empanadas que prepara doña Felipa no desentona con el relleno ni con el paisaje. No hay rincón de esa caparazón de harina que quede crudo o apenas tostado. El punto es un dorado que suavemente se va descascarando con cada mordisco, como la delicada corteza del tabaquillo.
Felipa es de esas personas con las que uno se puede quedar hablando horas. El cariño con el que pronuncia sus palabras cuando habla de Los Gigantes o su vida en la zona está ahí, en cada una de las empanadas que prepara.
El repulgue es lo que menos le gusta de todo el proceso de elaboración, por eso lo deja en manos de su hijo Daniel, “que en un segundito las cierra, yo no sé cómo hace”. La mano de Felipa está en la elaboración del relleno y en la posterior fritura, que la hace “en un aceite que no tiene que estar hirviendo porque si no las empanadas se abren”.
Los sabores más delicados y tradicionales de Córdoba están ocultos, reservados para unos pocos al pie de alguna montaña o al margen de un río, pero no hace falta hacer reserva para probarlos. En este caso, sólo hay que llegar Los Gigantes y buscar a Felipa en Casas Nuevas para vivir una gran experiencia de sabor del tamaño de la Pampa de Achala.