No me hizo falta estudiar panadería para entender que la masa es permeable a la persona que la toca. Desde siempre, el amasado tuvo presencia en mi casa con distintas personas y resultados.
Las tortas fritas más crocantes y tiernas en el centro tenían que ver con la alegría de mi viejo al ver que empezaba a llover y estaba dada la excusa perfecta. Con forma espiralada, esas tortas fritas no parecían una torta sino un pretzel gigante. Exquisitas.
Mi abuela, en cambio, hacía el pan casero con mucha levadura y en forma de cordero. Difícil que cambiara el modelo, difícil que largara un pedacito de masa para que los chicos “juguemos” a hacer pan. Pero mi mamá insistía y de pronto todos los primos teníamos nuestro corderito o palomita de masa.
Sin demasiada ceremonia, las manos de mi suegro hacen que las mini pizzas que amasa por decenas, casi cientos, tengan esa textura aireada y liviana que te hace desear comer mil o mil doscientas.
La masa esponjosa que hago cuando estoy de buen humor. La masa apelmazada que he tirado mil veces por hacer las cosas con apuro o por compromiso.
El oficio de la panadería debe tener otras aristas que desconozco, sólo porque mi relación con el amasado está muy vinculada con las ganas, con la transformación de la que habla Michael Pollan en su libro Cocinar.
Vincularse de cerca con la alquimia de transformar agua y harina en fragantes panes; de hacer ligeros cambios en ingredientes y obtener fantásticos espectáculos dentro y fuera del horno. Eso es amasar. ¿Cómo no te va a gustar?
¡Feliz Día del Panadero!
Cuanta razón!!! Soy un enamorado del amasado, pero siempre tienen que estar las ganas y el cariño detrás del pan o la pizza, sino algo falla. Es como la vida, si uno hace las cosas con entusiasmo todo irá bien. Felicidades!