Ese mediodía de enero en Miraflores cuando el mozo levantó las cejas como haciendo la seña del ancho de espadas debí haberlo sospechado. “Vuelve a la vida” se llamaba la entrada que, en su descripción especificaba “leche de tigre”.
Varias veces había leído la oferta de leche de tigre en cartas de distintos restaurantes a lo largo del viaje. Una vez pregunté qué era y me respondieron con cara de sorpresa: “Pues, ¡leche de tigre!” y un par de risas que no dejaban lugar a volver a insistir.
Pero cuando me dijeron que era una copa de mariscos y pescado muy parecida al ceviche me animé a probarla, ya en el último día de mi estancia en Perú. Y lo cierto es que pensé que habría que estrujar a un tigre para que salga esto que ven acá.
Se trata de un platillo pensado para los que vienen con resaca, como decía en el lugar donde lo probé, un plato que “te vuelve a la vida”… porque los sabores no te dejan permanecer indiferente.
Nadando en un líquido blancuzco había trozos de pescado, de mariscos varios, de ají limo y cebolla morada, con algunos dientes de maíz que operaban como piedritas para hacer pie y cruzar un río de fuego que quemaba y por fortuna, estaba bien frío. Sí, ya sé, muchas contradicciones, creo que las encontré a todas en esta copita.
Alrededor del plato las típicas canchitas de maíz frito, que bien podían dar una tregua entre bocado y bocado.
La leche de tigre, como describe esta receta publicada en El Comercio, tiene muchos ingredientes picantes, sus variaciones, y es considerada una bebida que se toma antes de la comida.
Según Wikipedia: “Leche de tigre, de monja y de pantera: son preparaciones basadas en el líquido resultante de la preparación del ceviche. La ‘leche de tigre’ se prepara a base de cebiche hecho con pescado de carne blanca, la ‘leche de pantera’ a base de cebiche de pescado y de conchas negras, y la ‘leche de monja’ a base de cebiche de mariscos. Se sirven puros o mezclados con trozos de pescado, mariscos y cancha serrana”.
Volviendo al almuerzo, por supuesto que no terminé con la entrada. Transpirando un poco, pero sin devolver el plato para resguardar algo de dignidad, comí hasta la mitad y agradecí mucho cuando llegó el mozo con el plato principal (una amigable fritanga de mariscos, ya no picantes) y agilizamos el cambio de sabores.
Como escribe Murakami, hasta el más trivial de los encuentros está predestinado, y ayer encontré en el facebook de Astrid y Gastón un video de los secretos de la leche de tigre en los labios de cocineros peruanos. Todo lo que se ve es cierto, y quizá un poco más.