La Estación, un viaje en tren por sabores serranos

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La neblina no nos iba a ganar. Entre las nubes se asomaban carteles que parecían decirnos: “Tranquilos, falta menos, ‘La Estación’ está cerca”. Una vez en Intiyaco y cruzando la ruta 109 que sigue hasta La Cumbrecita, empieza un camino de tierra que te prepara para la aventura. Te recibe una tranquera y el clásico semáforo de tren, sólo para nostálgicos.

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Avanzamos y llegamos al complejo “Sueños del Bosque – Cabañas & Vagones”, mucho más que un restaurante. Nos detuvimos en el centro de ese valle para vivir una experiencia en 360. Todos los rincones tenían diferentes propuestas y antes de ir por los sabores, nos propusimos descubrirlas.

A un costado, después de subir unas pequeñas escaleras, “El vagón de Pinocho” nos dio la bienvenida. Fue recuperado de un tren inglés construido en pinotea en el año 1890 y tiene capacidad para hospedar a tres personas. ¡De cuento!

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En otro sector apareció un vagón abandonado con el marco de las montañas que, nos enteramos, se está preparando para convertirse en una sala de cine. Sí, leíste bien, el proyecto es que los huéspedes del complejo (hay cabañas para alquilar en el lugar) puedan disfrutar de una película, simulando un viaje en locomotora y en el corazón de las sierras.

Pero sin dudas, el lugar que se lleva todos los flashes es el que tiene el cartel de La Estación. Recreando un ambiente de época y como nota de color sobre una postal natural de pinos, aparece el vagón (que existe desde mucho antes que los foodtrucks) y deja a todos con las ganas de repetir la odisea.

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Abrimos la puerta y ese primer aroma a leña mantuvo a temperatura a la que, por un rato, fue nuestra casa. Todo revestido de madera, en un espacio cálido, rústico y bien de campo, nos preparamos para disfrutar de un almuerzo a la luz de ventanales que nos recordaron el poder de serenar que tiene la naturaleza.  

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Manjares en el bosque
Tuvimos que esperar unos minutos porque no fuimos los únicos a los que se nos ocurrió visitar este lugar un domingo de frío. Un appeteizer con pancitos pincelados en aceite de oliva y hierbas, junto a un queso blanco con ciboulette, nos entretuvo mientras elegimos el plato.

“A la hora de sentarse a comer, no me importa cómo se viste la gente, ni cómo habla (…). Todas las personas son bellas si comparten una simple cualidad: respeto por la comida, por el momento, y respeto mutuo: por quienes cocinan, quienes sirven y quienes comen”. La carta abre con este mensaje del chef Francis Mallmann, en armonía con la calidez que se respira.

Elegimos una trucha ahumada con milhojas de papas y salsa de hongos ($185). Nunca probamos en Córdoba una trucha tan fresca como la de este plato. El sabor ahumado, logrado en su presencia justa y para nada invasivo. Para nuestro paladar, le faltó un poco más de temperatura. Pero una verdadera delicia por donde se la pruebe.

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También pedimos un goulash de cordero con spaetzle ($185) que disfrutamos de principio a fin, aunque nos parece que este plato es más abundante y mejor logrado en el restaurante La Colina (La Cumbrecita). Con temperatura y punto de cocción perfecto del spaetzle, no deja de ser una opción recomendable.

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El precio de las bebidas sin alcohol varía entre $40 y $45, mientras que la carta de vinos comienza en  $140. Para el final, elegimos strudel de manzana, pasas rubias y nueces con helado de crema americana, la revelación del mediodía. Recién horneados, llegaron emplatados dos rollitos de masa filo con frutas, perfumados con canela y espolvoreados con azúcar impalpable. Si llegás hasta acá, no podés dejar pasar este juego de texturas y el contraste frío-calor.

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Para evitar decepciones, tené en cuenta que no todo el restaurante es un tren. Sólo una de sus alas es un antiguo vagón inglés. Según nos contó uno de los mozos, los dueños compraron cuatro vagones a $300 pesos aproximadamente en la década de los 90′. Uno de ellos es el que mencionamos, otro se restauró como casa de campo del propietario, otro se convirtió en lugar para huéspedes y el cuarto es un proyecto de sala de cine.

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Queríamos una experiencia gastronómica diferente en las sierras de Córdoba y la encontramos. Cuando la comida, el paisaje, la atención y la compañía es buena, el tiempo se pasa volando. Un bosque de pinos para bajar un cambio, disfrutar sabores y dejar el reloj de lado.

¿Conocen este lugar?

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