El repulgue lo aprendí de un viejo amigo salteño (y guitarrista, por supuesto) y la receta, a fuerza de hacer lo contrario a las recetas de mi madre y abuela.
El arranque de rebeldía vino a propósito de la necesidad de comer empanadas que no supieran a postre, sino a cena o almuerzo. Las empanadas criollas requetedulces, con pasas de uva y azúcar, agotaron los días de mi infancia.
Así que apelando a ingredientes básicos logré unas empanadas saladas aceptables por mis amistades y familiares.
Carne molida, cebolla -blanca y verde- aceitunas, huevo duro y, como recurso extra, caldo saborizador de carne y sabor en cubos de panceta y cebolla.
El Día de la Madre hicimos competencia de empanadas con la abuela. Y si bien las suyas son más famosas y tradicionales, mis empanadas fueron las elegidas por las visitas.
Mientras la abuela le pone kilos de pimienta y pimentón a las empanadas, le agrega grasa y harina a la carbonada, y hasta las fríe en grasa, la nieta las prepara con manteca, al horno y en media hora.
Seguro en un par de años Internet evoluciona tanto que hasta se podrá probar la diferencia desde este post 😉