Durante un paseo en agosto por el puerto de San Antonio (Chile) llegamos al restaurante La Cholita. Está en una zona costera del Pacífico a la que llegamos durante una excursión a Isla Negra, para conocer la casa de Pablo Neruda.
Este año visitamos varios restaurantes top en Chile, como Boragó o 040, y esto fue algo totalmente distinto.
El restaurante La Cholita está frente al mar. Es uno de esos típicos lugares que tienen un ejército de personas llamando a los potenciales clientes en la calle.
Caminando por el puerto, medio desorientados por ser nuestra primera vez ahí, caímos en este lugar, así como podríamos haber entrado en cualquier otro. La Jovita, Logroño, Café del Puerto, son otras opciones.
La casualidad derivó en un paseo de sabores por la gastronomía chilena tradicional que no tuvo desperdicio.
Cómo es el puerto de San Antonio
El puerto está lleno de lobos marinos sueltos en la playa, que vienen a comer los restos de pescados y mariscos que descartan los pescadores.
Para quienes amamos ver animales resultan un atractivo.
En el puerto de San Antonio también hay aves y mucha pesca viva para la venta. Como un zoológico sin rejas en el que, claro, hay que ser fuertes de estómago y no impresionable ya que la vida y la muerte están a la vista.
Comer en La Cholita
Volviendo a restaurante La Cholita, no destaco mobiliario ni decoración (pueden ver algunas fotos en Trip Advisor), ya que contaba con rústicas sillas de madera, mucho aroma a lo que sale de la cocina y muy poco glamour, pero sí siento que todo lo que probamos era fresco y muy sabroso.
Para empezar, y mientras elegís la mesa, la casa invita un vasito (chiquitito) de pisco sour, como para abrir el apetito.
Lo primero que llegó a la mesa a modo de entrada fueron las clásicas empanadas chilenas, enormes, fritas y con mucho sabor.
Después llegaron unas exquisitas machas a la parmesana que son mi debilidad y cada vez que cruzo los Andes trato de disfrutarlas.
Para cerrar, los principales. Y en la foto, una paila marina especial.
Es “especial” porque los mariscos llegaban en la cazuela de barro burbujeante ya sin conchas. Listos para saborear con la cuchara.
En la mesa también se degustaron salmón a la plancha, pastel de jaiba y reineta. No comimos postre allí sino que probamos varias dulzuras de los puestos callejeros de la zona.
¿Volvería al restaurante La Cholita? Probablemente no, porque además de la comida me gusta que el lugar sea más confortable y tanto ruido me aturde.
No obstante, puedo decir que estuvo bueno ganarle al prejuicio y entrar. Muchas veces las experiencias gastronómicas menos pensadas pueden tener final feliz.